El almanaque de mi padre es un cómic de Jiro Taniguchi que Planeta ha reeditado completo en español el pasado año. Llegué a él a través de José Antonio Gómez Hernández que mantiene un blog cuyo título se inicia con este autor de manga: Jiro Taniguchi y otros cómics y emociones.
Durante la lectura de esta novela gráfica no pude impedir varias sensaciones:
1º) El recuerdo de la lectura de Maus, puesto que al igual que en la historia gráfica de Art Spiegelman, en El almanaque de mi padre, el autor introduce vivencias autobiográficas con las que examina la relación con su padre.
2º) Acordarme de mi propio padre, de su muerte y revivir mis recuerdos. Algunas apreciaciones son coincidentes y aunque en nada la historia se parece a la mía, era fácil sentir similitudes y llegar a emocionarme fácilmente.
3º) El deseo de seguir una lectura fluida e ininterrumpida.
El almanaque de mi padre cuenta la historia de un chico que comienza a recordar su vida a partir de la noticia de la muerte de su padre del que se encontraba alejado desde hacía quince años, sobre todo, a partir del divorcio de sus padres, trauma principal de su vida y gozne entre la infancia feliz y la juventud frustante.
El retorno al pueblo supone un retorno forzoso también a sus recuerdos que van recomponiéndose puesto que como pasa frecuentemente, están descolocados o mal interpretados. El protagonista llega a la conclusión de que su padre no ha sido tan culpable de su infelicidad como él cree, nota progresivamente que sus recuerdos son injustos y encuentra entre todos ellos el mejor: el sol sobre la tarima de madera de la barbería de su padre en cuyo suelo jugaba de niño mientras su padre trabajaba.
La obra es además una lucha suave entre el pasado y el presente, entre el pueblo y la ciudad, entre hijos y padres, entre padres y madres. Taniguchi vuelve sobre un tópico más que realista: el padre silencioso y distante incapaz de satisfacer las necesidades emocionales de los hijos. No es de extrañar, además, que este tópico se acentúe en Japón, donde el hombre está obligado a trabajar sin descanso y ocultar todo sentimiento (como en muchas sociedades machistas en las que todavía no se ha sabido valorar el sacrificio masculino ante esta tiranía emocional). La imagen que el hijo recuerda constantemente es la espalda silenciosa de su padre pelando a los clientes en la barbería. Esa imagen sintetiza lo que un hombre, un padre, significa: trabajo abnegado, distancia, mecanicismo, disciplina, silencio. A través de la narración, se va descubriendo un padre más sensible, más preocupado, más pendiente de sus hijos que lo que parecía desprenderse de su silencio. La historia termina rehabilitando un nuevo pasado para construir sobre él un nuevo futuro en el que el protagonista no pierda sus raíces, recupere el contacto con su padre a pesar de que ya haya muerto.
Lejos del manga más conocido en Europa, El almanaque de mi padre recrea un cómic costumbrista visualmente occidentalizado profundamente realista. Sólo en algunas ocasiones se notan defectos de bulto -en proporciones, por ejemplo- que sólo podrían achacarse a pereza de un dibujante tan experto.
La lectura fluye como la visión de estas viñetas llenas de vida -cotidiana- en un ambiente de melancólica suavidad, incluso de sonrisa tras la tristeza.
¿Quién ha dicho que hay que quitar las lecturas obligatorias? El almanaque de mi padre debería ser de lectura obligatoria por las emociones que despierta, por las controversias que levanta y por recordarnos la maravillosa sensación de aquel suelo inundado de sol.
domingo, 4 de enero de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Estoy totalmente de acuerdo con esas sensaciones que el autor logra transmitir. Es una historia occidentalizada en los dibujos pero a mí me dio la sensación de que las actitudes de los personajes ante la vida son muy japonesas.
Apoyo lo de lectura obligatoria en este caso.
Publicar un comentario