No me interesa Barceló, me interesa su obra. No creo en absoluto que sea un genio, pero su obra me parece genial, aunque no se libra de ser una obra de tanteos y de ser abusiva y repetida, tanto como para no eliminar los bodrios -todo vale- que a veces -pocas, pero haylos- se cuelan en medio de una obra espontánea y serena que sale de la tierra misma como los dibujos que la lluvia deja sobre las paredes de las casas.
La primera impresión es esa: las pinturas al agua caen sobre el papel como cae la lluvia, con una mano de pintor nada racionalista (manchas, chorreones, descubrimientos de efectos inesperados...), las texturas y colores proceden del limo, de las arenas, de las fibras vegetales: tópico de regreso a los orígenes que Barceló se empeña en resucitar con cuadros donde se mezcla un dibujo rural y una pintura primitiva.
La continua sensación de que los cuadros son pruebas con felices hallazos se confirma en efectos de realismo y surrealismo repetidos después del eureka. Frecuenta las superfices blancas en que las figuras iluminadas a ras proyectan alargadas sombras, en una prolongación de Chirico.
Los motivos rurales africanos (África es más de lo que muestra Barceló) se repiten en secuencias: mujeres de hermosos culos y vestidos coloristas, cráneos de animales (entre ellos, el hombre), cadáveres de animales dispuestos sacrificialmente para la comida ritual, retratos, paisajes, naturaleza, y muerte. El universo del conocido Barceló en estado no puro, pero sí africano. Los cuadros denotan la experimentación (pintura de pruebas) con materiales naturales (y no tanto, como se puede ver en el satinado de ciertos relieves). Los formatos son cada vez más grandes y la exposición deriva en la cantidad (no siempre en la calidad). A dibujos de colorido inquietante y clásico a partes iguales, siguen cuadros de un solo motivo repetido producto de un hallazgo imposible de eliminar de la exposición por ser de quien es. ¡Qué difícil es separar al autor de su obra! Dios nos libre de lo pintores, de su narcisismo y sus obsesiones, porque por una obra buena nos colarán dos malas. Ellos, que como Barceló intentan hacerse los interesantes, ni siquiera saben lo que pintan y cuando lo saben, resultan pedantes críticos de sí mismos, los pobres.
La obra pictórica y artística de Barceló se adorna -queda bien- con obras escritas -no necesariamente literarias- en las que la lectura rápida no se hace pesada para ser de un pintor. Cuadernos de África, por ejemplo, es una de sus obras escritas en la que cuenta a la manera de un diario, los avatares cotidianos de un pintor, desde la compra a la ventana estropeada, pasando por las pruebas de materiales y los viajes a las metrópolis de este visionario colonial. En el libro, gusta la continua alusión a otros libros y autores de lo más selecto y culto, con lo que Barceló intenta crear su imagen de Narciso intelectual con causa (debo decir que entre mis posesiones bibliográficas más precidas se encuentra la edición de la Divina Comedia ilustrada por él).
La exposición que comento es una recopilación de parte de la obra producida en Mali o después de su recuerdo entre los años 80 y 2000 (hay cuadros hasta de 2006, según vi) y se presentó en el CAC de Málaga después de haber sido expuesta en Dublín. Se trata de una antología pictórica excepcional procedente de museos y colecciones privadas que incluye esculturas, cerámicas, cuadernos y obra en papel.
La exposición concluye hoy mismo -no te des prisas en vistarla- sin que sepamos su próximo destino -si lo tuviera-. La sala, un antiguo mercado, dispone de un espacio casi totalmente diáfano de una altura, iluminación y distribución magníficas. Ha sido la primera exposición que he visitado en este sitio y espero visitarlo más a menudo.
Ojalá Córdoba contara con un espacio similar y no nos tuviéramos que conformar con las salas de exposiciones museísticas de Cajasur -una de las peores salas del mundo y vergüenza ratera de una institución que pretende trabajar por Córdoba, un Monte de Piedad que se quedó en Colina- o con otras salas, buenas como la de Vimcorsa, pero que no poseen ni las dimensiones ni la envergadura para alojar exposiciones como la de Barceló, una obra sin duda de una altura cultural excepcional.
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