La metaficción posmodernista de los años 60 y 70 -sin entrar en análisis profundos(no es lo pertinente en este blog)-quiso recrear la realidad histórica o no, en un motivo con el que convertir lo que se escribía en el propio objeto de la escritura.Resulta un tanto tautológico, pero esa es la definición más reconocida entre muchos de los críticos de la literatura. En nuestra literatura El Quijote fue uno de los iniciadores avant la lettre de esta técnica, junto a seguidores como Goytisolo o Torrente Ballester, ya más próximos a nosotros. Sería una ordinariez( perdonad el exabrupto) continuad el comentario de la novela que nos ocupa por estos derroteros.Demasiada erudición, quizá para el modesto reseñista; pero, a veces, se hace necesario un apunte de este tipo cuando la narración que acabo de terminar puede resultar incalificable.
Volviendo al mundo de lo terrenal, pretendo hacer una reseña de El Plantador de tabaco, por lo interesante que se me mostró la misma en otro blog-La medicina de Tongoy.
En primer lugar, el deseadísimo "tocho" es inencontrable. Cátedra, la editorial en la que se publicó por primera vez allá por 1991, dejó de hacerlo suponemos que por un motivo bien deducible: no se vendía. Este hecho picó mi curiosidad y logré conseguirla en bibliotecas de capitales de provincias con harta dificultad. Primer paso conseguido.
El segundo paso consistió en el atrevimiento de enfrascarse en la lectura de un volumen que alcanza casi las 1250 páginas en letra- para los de edad relativamente provecta- no de gran tamaño, lo que con seguridad supondría un escollo más para adentrarse en su lectura.
Salvado ese escollo, iniciada la lectura, un tal Ebenezer Cooke aparece como protagonista del más que centón literario. No es un personaje original, aunque lo pretenda su autor.Nuestro protagonista es un escritor de poca monta que toma su figura de otro caballero, el de la triste figura. Sí, es quijotesco el tal Ebenezer Cooke. Un quijote ubicado en los años de colonización inglesa de los actuales EEUU durante los primeros años del siglo XVII. Con las primeras palabras de Cooke descubre uno la estampa del de La Mancha; y no sólo en las palabras sino también en lo físico.Se trata de un tipo espigado, endeblucho aunque mucho más joven que nuestro hidalgo español.
Podría decirse: ¿ y a quién lo le ha influido El Quijote durante el siglo XIX y XX? Pregunta retórica que como bien sabéis no necesita respuesta. Mas, John Barth se sirve de otras tradiciones literarias de origen español: la picaresca e incluso las novelas bizantinas del Renacimiento, me atrevería a decir. Habrá quien añada a estos influjos la capacidad de enredo de las obras shakesperianas, la aventura desbordante y amena de Stevenson, la delicia romántica de las hermanas Brönte o la más pura tradición novelesca de los primeros cantos épicos europeos. Todo ello, y más, se encierra en estas páginas.
El tal poeta mencionado, decide marcharse a las tierras de Maryland ( cuya capital es el actual Baltimore estadounidense )allende los mares, para allí erigirse en el poeta Laureado que cante las glorias de aquella tierra.Pero entre su viaje, su "estancia" y su intento de regresar a la tierra de la que parte-Londres- se suceden infinidad de aventuras en las que los personajes comienzan a multiplicarse en número y complejidad. Sería del todo imposible intentar reflejar de manera más minuciosa el argumento de la novela; tal es la cantidad de acontecimientos que se suceden que sería engorroso- más que descriptivo y clarificador- nuestro discurso.
Jonh Barth, su autor, utiliza una prosa esmerada, cuidada y precisa, con la que, intercalando a veces narraciones en la trama principal ( novela marco, podríamos decir), logra entretenernos durante unas pocas jornadas de manera gratificante. Sorpresa tras sorpresa dan a la narración un dinamismo que no se espera por su dimensión.Personaje tras personaje hace que disfrutemos de algunos de los tipos más curiosos que me haya encontrado en mi vida de lector.Aventura tras aventura me retrotraen a mi vida juvenil donde Corto Maltés y La isla del tesoro eran referencias de huida y sueño. La ironía y muchas veces la tristeza intrínseca a la vida humana no dejan de estar presentes, en muchas ocasiones incluso con excesiva crudeza. La fantasía y la burla no son tampoco ajenas a las historias que por aquí circulan. Porque, en efecto, la novela representa un cúmulo de historias diversas dentro de un tema narrativo que es mera excusa para presentar las más inverosímiles reflexiones filosóficas o las más simples aventuras de entretenimiento.
Buena, muy buena.Riquísima en todos los aspectos, aunque como todo aquello que se anhela con paroxismo, una vez que se obtiene- a menudo- sabe a poco o a menos de lo esperado.