Todos los escritores tienen su estilo, sus obsesiones. Murakami no, Murakami se plagia en esta novela a sí mismo directamente. No es ya un estilo, una obsesión lo que encontramos en Tokio blues -que también puede verse en otras obras suyas, como en Al sur de la frontera, al oeste del sol-, sino una repetición recompuesta, corregida y aumentada del libro de cuentos Sauce ciego, mujer dormida.
Para mí, que leí los libros en este orden (libro de cuentos, novela) fue una sorpresa poco agradable, que más que valorar como un detalle de creatividad, me dejó tedio de aburrimiento. La culpa fue mía porque leí las dos obras seguidas y además me salté la introducción del propio autor, que juzgué previamente como superflua, donde justamente él mismo anunciaba que había tomado cuentos de su libro y los había metido en la novela.
La introducción de los cuentos no se hace como lo haría Cervantes o Irving, conservando su independencia, ni como lo haría Galdós, dando nueva perspectiva a los mismos personajes en distintas novelas. No, qué va, se trata simplemente de que en algunas partes de la novela aparecen fragmentos seguidos que son cuentos copiados literalmente con algún cambio menor si acaso. Murakami se preocupa de que la inserción resulte natural mencionando algún personaje del cuento más adelante en la trama de la novela, como para diluir la mezcla, pero para quien los detecta no pasa de ser un remiendo que suspende por un momento la credulidad del lector poniendo en primer plano la técnica del escritor, que no parece demasiado cuidada, por otra parte.
La técnica, sin embargo, no es nueva: se trata de una forma de creación muy antigua que podíamos entroncar directamente con la literatura popular y tradicional. Técnicas de este tipo encontramos en El Lazarillo, por poner un caso, o en El Libro de Buen Amor y me llevan a abundar en una conclusión que he extraido sobre este autor: Murakami es esencialmente un buen narrador tradicional, pero no un buen escritor. Aclararé antes de nada que no considero una virtud -la de escritor- superior a otra -la de narrador-, sino que para mí constituyen dos virtudes necesarias para la excelencia narrativa que generalmente no están presentes en todos los autores en la misma proporción.
Creo que esta habilidad narrativa popular de Murakami es la esencia de su éxito. Cuenta las cosas estupendamente, nada más (y nada menos), aunque no es un escritor deslumbrante. Ciertamente, hay escritores deslumbrantes, como Muñoz Molina capaces de aburrir a una hiena. Escriben bien, demasiado bien, pero no tienen talento narrativo (popular). Murakami escribe aceptablemente (dentro de lo que yo puedo apreciar dado que no lo leo en japonés original precisamente), pero sabe contar las historias tremendamente bien; hipnotiza con su lengua escrita a pesar de que delata una sabiduría oral completa. Muchas historias están insertadas en los diálogos, y su narrador preferido es el de primera persona, así que no es arriesgado decir que estamos ante un narrador que ha sabido escribir en el tránsito del siglo XX al XXI utilizando las técnicas de la narración tradicional oral.
Claro que es de agradecer que sea mejor narrador que escritor, porque los magníficos escritores aburridísimos ya pueblan en exceso el parnaso y necesitamos equilibrar este arte de las historias recordando que narrar es narrar, no sólo escribir, no sólo palabras, y desde luego no es lírica, ni ensayo, es narración narración, a pesar de que no renuncie a reflexiones sobre la vida y la muerte y a melancolía, belleza, nostalgia y emociones.
Otra de las pruebas que defienden a Murakami como narrador popular y oral es la ausencia de técnicas modernas de esas que llamamos vanguardistas o experimentales. Las historias surgen en su narración como siempre han surgido, como pueden encontrarse en los más antiguos poemas épicos, leyendas o romances. Si acaso un flash back siempre para convertir la narración en una profundización oral de la historia. Mucha gente ignora que las narraciones orales que solemos contar -por ejemplo, las anécdotas- solemos comenzarlas por el final, así que Murakami no usa el flash back o las alteraciones temporales en general como un recurso moderno o arriesgado, sino como una forma más de narración oral.
Por supuesto, Murakami no sólo se plagia -se repite literalmente- sino que tiene sus obsesiones -repite variaciones del mismo tema- : la comida, el diálogo abundante, el sexo, la música clásica clásica y clásica pop-rock -el título de Tokio blues es Norwegian wood, título de una canción de los Beatles-. Y sobre todo, sobre todo, sobre todo: la soledad, la inmensa y radical soledad de sus personajes, siempre fuera del común denominador del resto de la humanidad, siempre al borde del suicidio, en el suicidio, en el aislamiento, en la búsqueda de otra solitaria alma gemela. El mundo se ve como desde fuera, los personajes no acaban de meterse en él, no acaban de comprender la vida convencional. Sufren por ello una tragedia continua que les lleva frecuentemente a la muerte, al desprecio de los demás, al aislamiento, a la observación de la vida como un suceso extraño y a la continua introspección.
Un gran narrador que a estas alturas recuerda que la narración más antigua y tradicional todavía tiene muchas cosas que enseñar a los escritores modernos.
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